HOLOCAUSTO

No sé muy bien cómo ha sucedido; los caminos se hallan alambrados y la luna ha sometido al sol. Aún se perciben suspendidas en el aire las partículas de polvo que emergieron de la derrota. En el silencio de este escenario inerte e inanimado solo se puede oír un agudo silbido. Se oye intenso y constante, como si su voluntad fuera la de resonar eternamente. Al cesar, mis piernas recobran paulatinamente el equilibrio. Entre los escombros mis primeros pasos son en falso. Mis pies desnudos sufren de amnesia. A rastras, logro ponerme a resguardo bajo la silueta más próxima. Las ruinas de una antigua vivienda me recuerdan que habito un cuerpo; observo mi ropaje y palpo con fe y con ansias para encontrar alguna herida fresca. Sin éxito, repito la acción como si fuese la primera. Mi noción del tiempo ha cambiado por completo: ya no está. He perdido el norte de mi brújula; la rosa de los vientos gira como el tambor del revolver con cada uno de sus disparos. El eco de los proyectiles impacta en mi cabeza despertándome de un sueño profundo. Miro hacia el exterior a través de una ventana cuyo cristal está rajado y puedo ver un inmenso mar de cuerpos sin vida. Parecieran conservar aún el aliento, pero definitivamente están muertos sobre el terreno. Intento abrir el grifo; éste gira de la misma manera que la rosa de los vientos y que el tambor del revólver. Algo que no esperaba me ha dejado atónito; he sido testigo de una ejecución. Mi desesperado anhelo por hidratar el espíritu se ha convertido en un cruel verdugo. No había razón alguna para continuar dándole vueltas, de allí no iba a salir absolutamente nada. Sin embargo, continué hasta el final sin poder evitarlo. Como si solo se tratara de la relación que existe entre mi perseverancia y el grifo para que el agua brote. El eco de los proyectiles vuelve a impactar en mi cabeza. Esta vez la sensación no es la misma que la de antes; ya no sé qué diferencia existe entre la vigilia y el sueño, entre la verdad y la mentira, entre la palabra y el silencio, entre el deseo y el goce, entre la vida y la muerte. 

Así habló Sísifo


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