SUBLIMAR

Mi vida es una gran obra de teatro en la que actúan personajes innumerables, idiosincrásicos, todos ellos producto de mi imaginación. 

Uno de los elementos más importantes de mi obra es el guion: 

—Anhelo convertirme en una persona normal. En alguien que no piense tanto para disfrutar de los momentos cotidianos que me regalan las personas que tengo a mi lado. Esos afectos que me atan a la vida y, en ocasiones, me hacen ser una mejor persona. Aun así, sabiendo de este progreso, me dirijo hacia una siniestra conservación. 

—¡Qué difícil es romper el silencio!, como se dice. A veces se presenta como la única respuesta, ¡Y qué repetitiva se torna esa única respuesta! En verdad, no se trata de argumentos, sino de preguntas ausentes. Es ensordecedor… Intenté debilitarlo evocando algunas imágenes, pero una sombra obscura apareció allí para velarlas. Usé las cuerdas vocales para deshacerme de él por algunos instantes, pero todo ensayo fue inútil. El sinsentido, con la cualidad de su ausencia, asesinó sin piedad el significado de las palabras, dejando como restos fragmentos sonoros. ¡El crimen del olvido fingido de la lengua materna!

—¿Qué es el tiempo? ¿Existe realmente como una entidad independiente o su existencia solo es posible con relación a la conciencia? ¿Existe la posibilidad de que suceda todo en un mismo momento? ¿De ser así, perdería validez la concepción del pasado y del futuro? ¿Por qué surge esta invención? ¿Será por qué nos enamoramos de ese conteo retrógrado? ¿Será el amor más puro su antagonía? ¿Será más doloroso reconocer la eternidad que la finitud? ¿Será la finitud el pasaje de un estado de la lengua a otro; del solido al gaseoso?

—Hace un tiempo que no río. Solo me queda el recuerdo de un tibio dolor provocado por un acto de rebeldía.

Así habló Sísifo


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